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Aunque
la luz es uno de los indicadores más poderosos para el organismo, cada célula
tiene la capacidad de anticipar los cambios ambientales en condiciones
constantes, por ejemplo en completa oscuridad. Esto de debe a que cada célula tiene un reloj
interno que marca las horas del día y esta sincronizado con las otras células del cuerpo por la dirección de un reloj central, ubicado en
el cerebro, en el caso de los vertebrados.
Desde
los 90s, que marcó la era del Proyecto Genoma Humano, la manera más aceptada (y
difundida) de explicar las marcaciones del reloj de cada célula (y
casi todo el resto de procesos biológicos), ha sido por medio del Dogma Central de la
Biología, que dice que el DNA es transcrito a RNA mensajero y este traducido a proteína.
En el caso de los genes circadianos, el mecanismo funciona de esta manera: unos
genes reloj (clock y Bmal1) son transcritos durante la noche y
juntos activan la transcripción de otro set de genes (period y cry)
que cuando son traducidos a proteínas en el dia y se dimerizan, inhiben la transcripción
de los genes de la noche. Luego, los genes de la noche son transcritos
nuevamente y así se establece un círculo de inhibición y activación de genes y
proteínas llamado “retroalimentación negativa”. El diagrama abajo puede ayudar
a aclarar este concepto.
Sin
embargo, la posición en la que el DNA es el único factor que controla los
procesos biológicos, es una visión reduccionista que no logra explicar
completamente la fisiología y el comportamiento de los seres vivos. Como el Dr.
Bora Zivkovic expuso detalladamente en su blog en Scientific American, históricamente
los estudios de ritmos circadianos incluyen explicaciones que no se reducen a la expresión de ciertos genes. La entrada del Dr. Zivkovic (@BoraZ en tweeter) en
Febrero del 2011 puso en perspectiva dos importantes artículos publicados ese
mismo mes. Los artículos, O’Neill & Reddy 2011 y O’Neill et al, 2011,
usaron como modelo, respectivamente, glóbulos rojos humanos que no tienen DNA y
un protista llamado Ostreococcus tauri,
en el que no hay transcripción de DNA cuando este se mantiene en la oscuridad. El
uso de estos modelos es la clave para entender los elegantes estudios, ya que,
en ambos casos, los autores probaron que estas células si tienen ritmos
circadianos y que este no podía ser a causa de los ciclos de retroalimentación
negativa de los genes reloj, ya que no
tienen ningún DNA para hacerlo. Por el contrario, detectaron una oscilación circadiana
(~24 horas) entre las dos conformaciones de unas enzimas llamadas peroxiredoxinas
que protegen las células de los efectos dañinos de agentes oxidantes, que actúan
en el citoplasma de las células (no en el núcleo, donde se encuentra el DNA). Este
descubrimiento causó gran conmoción en los medios, ya que sugirieron que las
actividad de estas enzimas son las responsables por establecer el ritmo circadiano
en las células.
Sin
embargo, la publicación de estos dos artículos el año pasado, no significa que
los genetistas y biólogos moleculares estén errados y los genes reloj no sean importantes
en controlar el ritmo a nivel celular. Lo que estos artículos demostraron con métodos
bastantes sofisticados y un impecable rigor científico, es que otros mecanismos
diferentes al DNA son responsables por mantener el tiempo de 24 horas. Y que
además, estas enzimas han están presentes
en varios modelos estudiados.
Hace
unos días fue publicado en la Revista Nature un artículo del mismo grupo (Edgar et al, 2012)
que esclarece el papel de las peroxidoxinas en el ritmo circadiano de varias especies. El
manuscrito demuestra que los ciclos de oxidación y reducción de las peroxiredoxinas
son un indicador universal del ciclo circadiano en todos los dominios de la vida,
desde cianobacterias hasta humanos, confirmando múltiples estudios anteriores,
incluyendo varios anteriores a los 90s. Los autores especulan que “la respuesta
a los ciclos de oxidación en el ambiente celular pudieron haber sido el motor para la evolución de los ritmos
circadianos… “. Esta afirmación se basa en que el oxígeno se empezó a acumular en
la Tierra alrededor de 2.5 miles de millones atrás cuando las baterías adquirieron
al capacidad de disociar el agua por medio de fotosíntesis en la presencia de
luz solar. La fotosíntesis, que ocurre durante el día, produce aniones tóxicos
como producto de desecho y es necesario que proteínas como peroxiredoxinas las
disminuyan. Por esta razón, estas proteínas
han estado presentes en los organismos milenios atrás, y han sido conservadas durante
el proceso evolutivo en todos los organismos vivos del planeta estudiados hasta
hoy. Por el contrario, lo genes reloj no tienen el mismo grado de conservación que
las peroxidoxinas y en diferentes dominios, el reloj ha evolucionado
independientemente. Esto llevó a los autores del artículo a afirmar que los
ciclos predecibles de un día en todos los organismos terrestres, son causados principalmente
por las oscilaciones en el metabolismo de oxidación/reducción. Sin embargo, aunque el
origen común del ritmo circadiano es el mecanismo de destrucción de desechos metabólicos
tóxicos, los autores reconocen la “íntima
co-evolución” del reloj molecular (genes
reloj), que hoy gobierna muchos procesos circadianos en las células y los
organismos.
Estos
artículos son de gran importancia par el área de la cronobiología ya que elucidan
el origen del reloj y la importancia de factores metabólicos. Sin embargo, la
importancia de estos artículos va más allá de explicar procesos temporales ya
que enfatizan la necesidad en cambiar el paradigma con el que se estudian, no
solo los ritmos circadianos, sino otros
procesos biológicos. Aunque las herramientas de la genética son indispensables
para entender el “plan” impreso en el DNA, estas no pueden ser vistas como la única
explicación a los fenómenos naturales. Una visión más holística e integral de
la célula y los sistemas que estas forman, es necesaria para entender los seres
vivos y su relación con el ambiente. Después de todo, los organismos son los
que se comportan de cierta manera, por ejemplo, son los animales los que
duermen, y no sus genes.
Referencias
Edgar RS, Green EW, Zhao Y, van Ooijen G, Olmedo M, et al., (2012). Peroxiredoxins are conserved markers of circadian rhythms. Nature, 485, 459-464
O'Neill JS & Reddy AB (2011). Circadian clocks in human red blood cells. Nature, 469, 498-503.
O'Neill JS, van Ooijen G, Dixon LE, Troein C, Corellou F et al., (2011). Circadian rhythms persist without transcription in a eukaryote. Nature, 469, 554-558.
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