Micos vervet inspeccionando juquetes |
Un tema que aparece permanentemente en todo tipo de conversaciones informales así como en revistas variadas es el del debate sobre la existencia de diferencias entre hombres y mujeres. Si bien hay diferencias notables a simple vista como la estatura y los rasgos de la cara, el tema se convierte en polémico cuando se discute si las discrepancias son cognitivas, y en la práctica, si alguno de los géneros es “mejor”. Diferentes área de estudio ofrecen múltiples respuestas, pero en general hay dos vertientes opuestas en el dilema de los sexos.
Por un lado, es común entre los antropólogos y otros científicos reclamar que las diferencias biológicas no existen, y que cualquier variación en el comportamiento de los sexos es resultado de la presión social. Existe suficiente evidencia que demuestra que las diferencias encontradas en el comportamiento de los bebes responden a una fuerte influencia social que, aunque no es evidente, está siempre presente. En términos de la preferencia de juego de los niños, por ejemplo, muchos padres afirmarían que los juguetes de sus hijos son neutros, como bloques, libros, e instrumentos musicales; sin embargo, se disputa que la manera de jugar con estos objetos modificaría la preferencia de los niños por ellos. Así, un papa movería los bloques como si fueran carros o una mamá compraría libros de princesas. Adicionalmente, alrededor de los dos años de edad se desarrolla la identificación sexual básica (sentirse hombre o mujer); como consecuencia, los bebes tienden a imitar al adulto con quien se identifican. De esta manera, las niñas imitan la delicadez de la madre y juegan con tacitas mientras los niños prefieren “afeitarse” y juegan brusco con los padres. Es decir, desde muy temprana edad la identificación de sí mismos como parte de un grupo sexual empieza a moldear sus preferencias y comportamiento.
Por otro lado, están quienes piensan que sí hay diferencias biológicas muy claras y son las responsables de formar la identidad sexual y el tipo de conducta. Numerosos estudios han evaluado el juego de los niños antes de los dos años, y han encontrado una diferencia significativa en el tiempo en que los infantes interactúan con juguetes estereotípicos de su sexo. De la misma manera, cualquier padre de un niño podría afirmar que a su hijo le gustan los trenes, los vehículos que se mueven, las pelotas que rebotan, y todo esto, sin que haya sido presionado o se le haya comprado solo carros desde que nació. Aunque hay niñas a las que les gustan los mismos tipos de juguetes, por lo general prefieren las muñecas y las ollitas. Sin embargo, como todos los bebes humanos crecen en sociedad es imposible determinar qué tan grande es el efecto de esta sobre las diferencias entre los sexos y cuál es la influencia netamente biológica.
Después de numerosos estudios sicológicos en bebes humano, en 2002 Drs. Melissa Hines y Gerianne Alexander en la Universidad de California en Los Angeles, investigaron si la preferencia en los juguetes estaba asociada a factores diferentes de los sociales y cognitivos, por medio de la observación de unos primates diferentes a los humanos -los micos vervet (Cercopithecus sp.)- en los cuales la influencia de prejuicios sociales y epistemológicos no existe. De manera sorprendente, los micos Vervet muestran una preferencia por juguetes humanos típicos de cada sexo de una manera idéntica a los bebes. Estos resultados, bastante controversiales, despertaron el escepticismo de sus mismos autores. Sin embargo, otros estudios en micos Macacus han mostrado los mismos resultados. Los juguetes escogidos para el primer estudio fueron una pelota, un carro de policía, una muñeca, una olla para cocinar, un libro de fotos, y un perro de peluche. La elección de estos objetos fue motivada por la categorización de los mismos como masculinos, femeninos o neutros por niños y niñas en una investigación previa. Aún más sorprendente fue la manera en que los animales interactuaron con los juguetes. En la foto adjunta se puede apreciar que mientras la hembra esta inspeccionando a la muñeca como a un bebe mico, el macho mueve el carro sobre el asfalto para hacer mover las ruedas. Los micos en este estudio no tenían ninguna experiencia anterior con los objetos así que las diferencias no pueden ser atribuidas al aprendizaje o a la imitación que los micos hacen de los humanos.
La importancia de este estudio es que si la preferencia por los juguetes no es presión social ni cognitiva, entonces debe haber características en los objetos que son percibidas por el cerebro de los primates de manera exclusiva para cada sexo. Es decir, las características de los objetos proveen una oportunidad para los micos sean atraídos y “practiquen” situaciones para los cuales se han adaptado evolutivamente. Se podría argumentar que las muñecas son “útiles” para aprender a cuidar, mientras que los carros y pelotas invitan al movimiento y la elaboración de herramientas que son adaptivas para la lucha. Por el contrario, ningún sexo mostro preferencia ni por el libro ni por el peluche.
Las preferencias de los primates -humanos y micos- por ciertos objetos estereotípicos de los dos sexos, indica que el cerebro percibe ciertas características en ellos que los hacen más atractivos y que este favoritismo no responde a presiones externas. Esto significa que el cerebro de ambos sexos es diferente, pero ¿cuál es exactamente la diferencia? Morfológicamente existen marcadas desigualdades. Por ejemplo, mientras las áreas de Broca y Wernicke que están relacionadas con la capacidad de modular y entender el lenguaje son significativamente más grandes en las mujeres, las regiones en el lóbulo temporal relacionadas con la navegación espacial son más desarrolladas en los hombres. A nivel celular, el núcleo sexualmente dimórfico del hipotálamo que está relacionado con el comportamiento sexual en mamíferos, muestra una marcada diferencia entre hombres y mujeres, y, curiosamente, también en transexuales. Ahora, no es evidente cuáles de estas variaciones son las responsables por los comportamientos típicos de los sexos, incluyendo la preferencia de objetos en los bebes, pero es claro que estas alteraciones deben tener una función específica. Y, en combinación, pueden ser las responsables por las áreas de diversificación en los humanos como la capacidad de estimar el tiempo y velocidad, visualizar objetos en tres dimensiones, reconocer tonos emocionales y llevar a cabo múltiples tareas.
Con base en los múltiples resultados que muestran que ciertos comportamientos reflejan diferencias innatas entre hombres y mujeres, sería necio negarlas y seguir atribuyendo cualquier esquema sólo a modelos sociales. Por otro lado, sería absurdo aspirar a que los niños y la niñas se limitaran a llenar los roles que parecieran están de acuerdo con la historia evolutiva del cerebro. Si el ancestro del homo-macho en el pleistoceno necesitaba navegar en espacios grandes en busca de animales de caza, y las homo-hembras desarrollaban métodos de socializar por medio del lenguaje, esto no significa que los hombres de hoy no tengan la empatía para socializar verbalmente, ni que las mujeres no puedan manejar el espacio, y ambos sexos hacerlo de manera sobresaliente. Lo que sí significa es que existen características innatas que modifican no sólo el comportamiento de los humanos durante la infancia y adultez, sino que esas diferencias pueden ayudar a explicar la preferencia de las personas por diferentes tareas y su desempeño en ellas. Aceptar las diferencias y usarlas en beneficio propio es la recomendación más sensata, sin olvidar que la evolución nunca culmina, y las presiones sociales y ambientales de hoy se verán reflejadas en el futuro.
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